jueves, 24 de octubre de 2013

Las cenizas del Fénix: Vítor Baía


La Eurocopa de 1996 fue especialmente interesante para aquellos que deciden centrar sus miras en los porteros. No en vano, allí brillaron especialmente tres guardametas: el campeón, el alemán Andreas Kopke, el subcampeón, el checo Petr Kouba, y un portugués llamado Vítor Baía. Sus buenas actuaciones, unidas a la presencia del que había sido su entrenador en el Oporto, Bobby Robson, asístido por un tal José Mourinho, llevaron a un Barcelona que necesitaba desesperadamente afianzar su portería fijarse en él. En Portugal, era todo un ídolo, capaz de firmar paradas tan endiabladamente complicadas como ésta. En 1994, su equipo incluso se plantó en las semifinales de la Copa de Europa ante un conjunto que veía los últimos coletazos del llamado Dream Team. El duelo, a partido único, se saldó con una clara victoria para los de Johan Cruyff, con dos tantos de Stoichkov y un zapatazo increíble de Koeman, pero ese marcador no sería impedimento para que, un par de años después, el arquero luso posara feliz y contento con una elástica barcelonista llena de colorido.

Durante sus ocho años en el primer equipo del Oporto, club al que llegó tras formarse en el Leça, Baía, nacido el 15 de octubre de 1969 en Sao Pedro da Afurada, se hizo, entre otros títulos, con cinco ligas y dos copas portuguesas. La gloria europea, la misma que había saboreado el conjunto luso en 1987 tras derrotar al Bayern, no obstante, se le resistía. No así el reconocimiento de sus virtudes. Ídolo en su país, tal vez quiso buscar esa suerte europea con un cambio de aires. El Barcelona pagó unos seis millones de euros, por él, una cifra casi de escándalo, por mucho que, cinco años después, la Juventus la superara con creces al contratar a Gianluigi Buffon. El contrato que le ofreció el entonces presidente azulgrana, Josep Lluís Núñez, casi le aseguraba retirarse en el Barça: ocho años. Y la firma que vestía en esos tiempos a los azulgrana se decidió a tratar de aprovechar el tirón del meta.

Aparcó (a Diós gracias, no en vano sus diseñadores habían sido antes capaces de perpetrar algo como esto) el uniforme chillón de su puesta de largo y le dedicó, nunca mejor dicho, una menos estridente equipación negra, con su nombre inscrito de punta a punta en las mangas. La equipación alternativa, mientras, tenía un tono azul verdoso. No obstante, tendría que renunciar a llevar medias de color blanco, una de sus manías. Quién sabe si eso, dada la particular idiosincrasia de los porteros, sería una de las cábalas que se repetiría cuando llegaran los malos tiempos. Sus primeras actuaciones con el Barcelona parecían darle la razón a Núñez. Incluso, paró, como si tal cosa, un remate a puerta del Inter de Milán con el pie, con total calma, durante el transcurso de la final del Trofeo Joan Gamper de 1996. La Supercopa de España fue su primer título como barcelonista. Le seguirían la Recopa de Europa, en 1997, y la Copa del Rey, a pesar de que su aparente falta de tino en la vuelta de los cuartos de final ante el Atlético, estuvieran a punto de costarle un disgusto a los suyos. Pantic, con un poker de goles, puso la eliminatoria casi imposible de remontar. Sólo, casi. Los de Robson, finalmente, se impondrían por 5-4.

Baía se llevó también un susto de órdago en su primera temporada como barcelonista. Según reveló el año pasado, estuvo a punto de morir a causa de un shock anafiláctico, pocos días antes de la final de la Recopa, por su alergia a un medicamento que le administraron como parte del tratamiento de una afección cutánea. La temporada 1997-98 la inició con mal pie. No podría estrenar su remozada equipación, más sobria que la anterior, pero también negra o azulada, en un partido oficial hasta bien entrada la campaña a causa de una prolongada lesión. Ruud Hesp, fichado en ese mismo verano por el nuevo entrenador, Louis van Gaal, sería el gran beneficiado de todo ello. Su primer partido como titular, ante el Dinamo de Kiev, en el Camp Nou, fue toda una pesadilla. Los ucranianos se impusieron por 0-4, con hat trick de Shevchenko, y el arquero llegó a comentar que, quizás, había reaparecido demasiado pronto...

Con la nueva temporada, y después de que Hesp fuera el héroe del doblete de Liga y Copa barcelonista de 1998, las cosas fueron incluso a peor. Baía se quejó amargamente de que, a no ser que su estado de forma fuera muy superior al de su compañero, el holandés estaba siempre por delante de él en los planes de Van Gaal. Algo que, desde luego, no le hizo ni pizca de gracia al técnico. Cruz y raya. El Oporto, en ésas, fue su tabla de salvación. Volvió a casa como cedido, hasta el 30 de junio de 2000. Con el dorsal número 1 ocupado, pidió el 99, en sus palabras, porque ése era el año en que volvería a sentirse futbolista. Las ventas de esa elástica, cómo no, subieron como la espuma. Y Kappa, patrocinador deportivo del conjunto portugués, incluso, recuperaría aquella idea de poner su nombre en las mangas. Una nueva lesión de rodilla, no obstante, volvería a cruzarse en su camino. El Oporto, con todo, apostó fuerte por su fichaje. Y ganó. Tras un año lejos de los terrenos de juego, poco a poco, el portero, como un ave fénix, se disponía a renacer de sus cenizas.

En su segunda y definitiva etapa con los dragoes, equipo en el que se retiraría con 37 años, Baía sumaría, entre otros títulos, cinco ligas portuguesas más, tres Copas, una Intercontinental, la última, en 2004, así como una Copa de la UEFA y una Liga de Campeones consecutivas, en ambos casos con Mourinho en el banquillo. Sus problemas con las lesiones y el desdén al que le condenó Van Gaal en el Barcelona no hicieron sino que atiar las cenizas del Fénix de las que iba por acabar renaciendo. 

2 comentarios:

  1. Siempre me gustó mucho Baia. Era de mis favoritos, pero fue otro grandísimo portero que no tuvo suerte en el Barcelona. Como bien has comentado después de su primera temporada una desafortunada lesión permitió que Hesp se hiciera con su puesto, y cuando reapareció se mostró inseguro. No se parecía al Baia que había visto en otras ocasiones. Y el cabeza cuadrada de Van Gaal hizo el resto. Es cierto que en el Oporto resurgió de sus cenizas, pero aún así ya no se parecía al portero brillante y espectacular de antaño. De todas formas siempre lo recordaré como uno de mis porteros extranjeros favoritos, y desafortunados en cierto sentido también, como el portero ruso Dimitri Kharine.
    Fran.

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    1. A principios de los 90 era difícil no fijarse en Baía. En los típicos programas de resumen de las ligas europeas, siempre aparecía alguna gran intervención suya. Desde luego, también me parecía un grandísimo portero. Personalmente, me alegré mucho de que fichara por el Barcelona, pero no acabó de cuajar. Llegaron a comentarme hace tiempo que, a veces, se lo comían los nervios antes de los partidos... Una pena. También me acuerdo de Kharine, cómo no. Su CSKA eliminó al Barça la temporada después de Wembley. Recuerdo que fichó por el Chelsea, pero a partir de ahí le perdí la pista. Como decía un amigo mío, en lo que era la Unión Soviética siempre tuvieron grandes porteros. Ahora, no obstante, creo que van un poco de capa caída. Así, a bote pronto, ni siquiera sé el nombre del titular de Rusia... Cuestión de rachas, supongo. Algo nada raro en el fútbol.

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