martes, 16 de octubre de 2012

El auténtico portero-delantero: Jorge Campos


"¿Vale portero-delantero?". Esa frase la escuché una y mil veces de niño, en los encarnizados partidillos que se montaban entre compañeros de clase. Hasta que, algo más crecidito, no me dio por estudiarme el reglamento, no me di cuenta de que aquello del "portero-delantero" era una norma completamente innecesaria. Nada, más allá del sentido común, impide al guardameta dejar su puesto bajo los palos. Y algunos, como Higuita o Gatti, fueron muy aficionados a hacerlo. Otros, como Chilavert o Rogerio, se especializaron en marcar goles. Siempre, por supuesto, a balón parado, ya fuera transformando un penalti o ejecutando magistralmente un lanzamiento de falta. Pero a algunos no les vale con medias tintas. Quieren ser porteros y, a la vez, delanteros. Y al que mejor se le dio eso, tal vez al único, fue al mexicano Jorge Campos.

Nacido en Acapulco, el 15 de octubre de 1966, desarrolló la mayor parte de su carrera deportiva en México, con algunas incursiones en la Major League Soccer estadounidense. En Europa, muy posiblemente, su peculiar estilo no habría acabado de encajar del todo. A Jorge Campos, desde luego, no le iba eso de pasar inadvertido sobre el terreno de juego, de camuflarse con el césped, como un felino al acecho, como parecen intentar los metas que visten de verde, con tonos discretos. Lo suyo eran uniformes mucho más llamativos, diseñados muchas veces por él mismo. En algunos ocasiones, inspirados en la cultura popular mexicana. Incluso, hay quien ha visto en algunos de ellos reminiscencias de los famosos voladores de Veracruz. A su manera, desde luego, Jorge Campos también volaba. No saltando desde lo alto de un poste, en vertical, en su caso, sino tratando de alcanzar el potente disparo de un rival, desafiando a todo y a todos.

Porque el mexicano, además, sería uno de los guardametas internacionales más bajitos de la historia. Por mucho que las estadísticas oficiales le otorguen una estatura algo superior al metro setenta, parece ser que la realidad se ajustaría mucho más al 1,65. Un dato que le acercaría a todo un depredador del área como Romario. El gran némesis de todo portero. Y Campos, a su manera, trató de convertirse en uno de ellos. Ser a la vez el doctor Jeckyll y míster Hyde. Por ello, posiblemente, no dudaba en escoger muchas veces el dorsal número 9, reservado normalmente al delantero centro. Y, si las cosas no iban bien en ataque (o quizás, si no acababa de sentirse cómodo bajo los palos), entraba otro portero, él se enfundaba una camiseta de jugador y trataba de marcar goles como éste.

La FIFA, empeñada en anclarse en valores de lo más clásico en demasiadas ocasiones, le impidió llevar el número 9 en las citas mundialistas en las que participó. Titular del todo indiscutible en las citas de 1994 (México fue eliminada por la mejor Bulgaria de todos los tiempos en octavos de final, tras una tanda de penaltis en la que de nada sirvió la primera gran intervención del meta) y 1998 (Alemania, otra vez en octavos, le mandó para casa), su presencia ya fue casi testimonial en 2002. En México, y no sólo en México, conserva aún la estela propia de todo un ídolo. No en vano, fue uno de los elegidos por la multinacional Nike para protagonizar uno de sus primeros anuncios de temática futbolística, rodeado por muchas otras estrellas del momento. Dejarle marcar un gol habría sido la guinda del pastel para el auténtico portero-delantero. Pero, desde luego, ese au revoir de Eric Cantona era un final demasiado redondo como para renunciar a su efecto.


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